de Ariel Bermani
El título del libro, proviene de uno de los poemas, donde se describen dudas acerca de las razas, los continentes y los países. Ariel sólo puede distinguir las rosas de los cardos, pero ambas, dice, son flores. Parece estar jugando con la ilusión que nos ofrece pensar en otros a partir de las palabras que los identifican, cuando esas mismas palabras pueden incluir a un otro suave y perfumado, como la rosa, y a la vez, a un otro que nos lastimaría, como los cardos. La poesía de Ariel, rodea imágenes y palabras, como un juego del pensamiento, una fuente de placer y un acto de amor. “Me prometo desde ya no nombrarte/ hacer que mis poemas/ te sean fieles de otro modo”. Es la cita de Cantón que nos introduce en el libro. No nombrar como una forma de fidelidad, para no encerrar a lo que se nombra en un concepto previo, o impuesto. ¿A quién no va a nombrar? ¿A nosotros? ¿A la muerte? ¿Al amor? ¿A la literatura? No nombrar para liberar, para acompañar. Los veinte poemas que componen No sé nada de ballenas, generan un clima de sencillez y luminosidad. Descolocan los momentos cotidianos de contemplación, las historias de amor, y de amistad, que quedan de cierto modo, sin final y desechas, a pesar de la cohesión de cada imagen y su musicalidad. “Dónde vas./ Dónde./ Quiero estar ahí/ donde vayas./ Llegar antes./ Esperarte”, escribió Ariel en uno de los poemas que forman parte de No sé nada de ballenas. Querer estar, donde sea, esperando la llegada de lo que no se nombra. Parece una de las claves de su escritura. En varios poemas está la escena de la espera o del deseo como una búsqueda que no termina. Se espera a la muerte, al invierno, poder cantar, bailar, a la literatura, cuidando de no atar los sentidos, y sin que ese deseo pueda colmarse. La literatura nos permite estar donde sea, por eso no se trata de desesperación, si no de apertura: esperar con el cuerpo y las palabras, para sorprenderse, y tal vez, sorprender al que llega, como un cazador que entrega la vida.