de Julieta Dal Verme
En el texto que abre el libro, el yo lírico –esa primera persona que se hace cargo del poema-, arranca el primer verso con la palabra “sentada”. Se trata del poema que se titula “Atardecer”. En el segundo texto, “Dudas”, la narradora esta “parada en el punto medio / exacto / del camino”. En el tercer poema, “Herencia”, se habla de “este cuerpo definitivo”. En el cuarto, “Despedida”, otra vez sentada, la poeta “apretaba un puño”. En el poema “Encuentro”, afirma: “vamos a encontrarnos en la calle”. En “Simetría imperfecta”, sexto poema del libro, “está todo mezclado / metido / entre los huesos”. En el primer libro de Julieta Dal Verme nos topamos con un cuerpo, casi siempre en primer plano, pero se trata de un cuerpo que no alcanza a percibir lo que titila, lo que brilla, lo que pasa alrededor. Lo más importante y lo más doloroso nunca se cuenta, solo nos quedamos con los detalles, menores. No hay dramatismo, ni tristeza, en estos poemas que observan; sólo el asombro, un poco distraído, por la distancia que se establece entre los hechos, los objetos y las palabras, bien alejados, unos de otros. Las palabras sólo pueden especular, bromear, separarse del eje del conflicto, pero nunca pueden explicar nada. Julieta Dal Verme consigue, con sus poemas, que son geometrías incompletas, piezas breves cargadas de puntos de fuga y de belleza, ajustar y desajustar la mirada, y hacernos creer que, en definitiva, no es tan necesario mirar. Pero, al mismo tiempo, más allá de esa apariencia, enseguida nos damos cuenta que la máquina de mirar que se despliega en Geometrías incompletas nos va cautivando con cada una de sus piezas, sutil y hermosamente.